En la deriva de mundo**
Nos movemos, entre nosotros
con pelajes enroscados,
en posición de designio
avecindados, muy contiguos,
encaramados en nosotros mismos
a todas las rosas,
a las banderas,
a las camisas,
a los líquidos para respirar.
En ronco caminar
nos comunicamos,
en la deriva del mundo
con entidades y destrozos,
acoplados, desconfiados,
halando a unos y a otros.
Moviéndonos
a partir del otro
erguidos, fijos,
mintiéndonos en cada página,
en cada hoja que cae.
Como un alumbramiento de alas,
en la mitad del cielo
un pájaro picotea el viento.
Acá, abajo,
nos movemos con la luz
que salta, fatiga
y nos mueve
a donde nadie está,
donde nadie confirma y asegura
su existencia.
Y nos atamos al refugio
a la hierba digerida por lo súbito.
Nos movemos al unísono
en la deriva del mundo,
en sus bostezos
y me recuerdan
que está visible
en cualquier recoveco,
una ágata
que gotea su azul nocturno.
Tejer la memoria**
Sacerdotes, lamas, vicarios,
pastores de pueblos perdidos, sonríen,
peinan sus pelajes óseos
sus miradas horizontales,
sacuden sus fauces
oscureciendo las glándulas,
haciéndose brazos, manos,
cabellera brumosa.
Acosados por las penurias de ser felices,
cercenando sus colas
y añorando las hogueras,
su filiación por lo sagrado.
Los gatos los observan,
las sirenas despliegan los horizontes,
las piedras se hunden
en los pliegues, ranuras obesas.
En tiempos de azufre,
los albatros, cóndores y la rapiña,
devoran abyectos
las vibraciones de la luz,
tejen las plumas, una a una,
en cada gen, en cada intersticio,
en cada labio de signo divino,
emergiendo de las burbujas,
el terror y la rutina del sol
recien salido,
abrazado a las cinturas, a los pecados
con las palmas en alto.
Las calaveras contemporáneas
de hábitos zurcidos,
modeladas por apóstoles,
nos crispan, cristalizan
y nos cuentan cuentos,
los cuenta-cuentos.
Tanta niebla, vaho,
en el tejer de la memoria,
los obispos de la historia
regañan a los sin dientes,
inculcan el miedo al infinito,
a lo que está junto al lenguaje,
al deseo de querer ser.
Sacristanes de pueblos perdidos,
pastores de almas
con el pelo húmedo,
bruma densa
densa oración.
Algún día**
Algún día
nos pedirán las pruebas,
las huellas en la muñecas,
el olor de la penetración,
los alaridos de la fiebre,
las sombras y sus ángulos,
los sitios lacerados,
el sudor en la madera,
la víctima y su espejo,
las risas de los posesos,
la sangre marcando los lienzos,
la angustia postrada en
suave melancolía.
Nos pedirán
al menos, un indicio,
un origen lacustre,
la primera palabra,
los primeros vellos.
escamas y, quizá,
un recuerdo.
Algún día
casi con seguridad,
después del descanso,
de la luna llena,
nos pedirán
al menos una estela,
un residuo,
una pequeña candela del desierto.
Algún día
nos pedirán
los surcos,
el sol descolorido,
estemos vivos o muertos,
alegres o abstraídos.
Nos pedirán
algún día.
A esta altura de la vida..**
A esta altura de la vida
todo ocurre en un susurro.
Las esperanzas, las aves engalanadas,
las plantas de los pies,
dos pezones y pura miel,
descienden desde siempre
todo en un susurro.
Con ganas de ser justo
verdadero hasta la muerte,
sin saber la importancia de la tiroides.
La necedad de nuestras vidas,
las secuencias de la música,
las arritmias del papá
fumando en la escalera
todo en un susurro.
Todo era bueno
para matar el llanto,
esa pena oculta por el holocausto,
la venganza para los torturadores,
el sufragio de las cacerolas,
los proletarios retirando sus pies de las calles.
Me parece que era antaño,
cuando la ética era alboroto,
y se apelaba a lo sagrado
violentando nodrizas
con una alabanza vacía.
Del aguacero
nos gustaba el escozor del agua,
el fracturarse del granizo.
A esta altura de la vida
nos cuesta afirmar las convicciones,
con certezas de un día mejor
y en las noches
se caen los políticos
uno a uno.
A esta altura de la vida
algo nos está pasando
algo nos está pesando.
Rubor de Guerra**
Dejamos pasar
las cabezas desnudas,
los pies de tres dedos,
las lágrimas encarceladas,
los brazos sin sus codos,
los hijos con sus abuelas.
Dejamos pasar
-en el cerco de la noche-
un torrente,
el dibujo del patriotismo,
la pura destrucción
y una hilera de sonrientes.
Dejamos pasar
el infierno mismo,
mordiéndonos los zapatos,
los lunares,
y una amiga llena historias,
rumores e insidias,
cobija los animales
tapando la tierra,
protegiendo, como nunca,
a los hijos.
Dejemos pasar
este rubor de guerra
que al final,
es una historia de locos
sin miradas.
Dejémonos pasar.
Imaginando**
En los otoños
rememoro,
vuelvo a nombrar
los ruidos del morir
e imagino una humanidad mejor,
el correr del agua,
una súplica por los demás.
Y puedo imaginar
los círculos dados vuelta,
las campanas
en la entrada de la casa,
en las secuencias de la vida.
Desde ese momento
aprendimos a tomarnos los cabellos,
a iluminar el adiós
ante la separación de la ausencia.
El desgarrarse del origen
perdura en nuestros ojos
y nos peinamos las pestañas.
Imagino la disolución del habla,
del sueño,
de los escombros de la guerra.
Es abril
y en sus mañanas,
imagino
una vejez y un monasterio,
un transeúnte en la niebla,
tu voz creciendo
un poco de ternura,
su cáscara
desprendiéndose,
desplegándose
e imagino nuevamente
un planeta lleno de gente,
de almas recogidas,
mirándose,
mirándote.
Algún día no volverás..**
Atado a la espuma del mar
acopio sombras breves,
casi lágrimas,
que habitan en una exhalación
y veo el retorno de los ancestros,
copiando tus entrañas,
exhaustos sus delirios,
querencias desgarradas.
Araño, lastimo,
escudriño, el reino de los hombres
que no se hablan,
que no se habitan,
y puedo ver al otro lado
de la sabiduría.
Y pensar
que todo lo que existe está esbozado
en las grietas,
en los aleteos de los ángeles,
en el té amargo,
en las orejas,
en las rodillas.
Y pensar
que algún día no volverás,
como es natural,
como es de esperar,
de toda persona, animal o cosa.
Publican tu sombra**
Las ánimas, en lo íntimo,
las velamos
en cuarteles mal hechos,
en sucursales del espanto
y anhelamos el regreso del martirio.
Hacia atrás
el ruido de fondo
de tantas vidas,
musitan y devienen
en otra lengua.
Gimen, atrás,
con las costillas resbalosas,
con las fronteras
y urdimbres del mando.
Puro ejercicio de la incertidumbre
y recuerdo al hombre trigueño,
meditando,
cerca del estanque azul,
mientras esperaba a mi padre.
La angustia se multiplica
cuando te desatan,
y publican tu sombra.
Los cabellos sueltos**
Calcinado,
juego al espectador
mientras las flores
obligan a huir
a los primeros años,
pecan en los armarios
y colorean el busto de un ser querido.
Ya el fuego se apagó
y, allí,
en el lugar de lo incoherente,
nace una ruralidad,
una mirada,
un desperdicio de vida
y asisto a una danza ancha,
gigante,
como una alegría
cogida de la mano.
¿Qué puedo hacer
ante los cabellos sueltos,
ante la invasión
de las voces de mando,
si mi juego no tiene reglas,
si no puedo dar más
que este acertijo calcinado ?
Este cansancio sin origen,
pesa,
como siglos de amor,
como las flores
de los primeros años.
De a dos...
Suave esperanza,
declive de las tardes
con el enfoque de dos lentes.
Alguna vez,
una paloma de dos dádivas
retorna en el horizonte.
Fastidio de muros,
con música extranjera
con estropajos de dos miradas.
Un comentario
para acompañar la ternura,
y una larga repetición comentada.
Juicio con dos alternativas,
haciendo la cama
dejando el último epitafio.
A pesar de los delirios,
podemos entre-tejar los silbidos,
las trenzas y dos rosas.
Arriba se defiende,
quizá del grosor azul
de la fractura doble.
Separar dos sombras,
sin volver a pensar,
un escombro a lado del otro.
Bueno, no insisto
en la levedad de la unicidad,
en las mitades del sentido común.
Liquidez
Cada vez más líquidos
al sacarnos la sangre,
al entropezar la palabra,
al dejar los rituales
por un par de ropajes.
Recuerdos
colgados de memorias,
disueltos,
con viejos tristes
con nietos sobrescritos.
Tantas tardes lentas
con poco viento, calor
y tés tejidos a crochet,
ahora con la torpe elocuencia
del sexo en el automóvil.
Es tan rápido
el desquicio del saber,
las historias sagradas
con sopores geológicos
y carbono catorce.
Nos hacemos líquidos
en las noches,
siempre pasionales
con besos numerados
en el fin de la historia.
Tratando de repetir
ceremoniales ancestrales
en la furia de las tormentas,
entre señales virtuales
y modas angustiadas.
Juntando cables
desconocidos
en la química de los cabellos,
de los sistemas operativos
reposando en soledad.
Enredando las venas,
los iconos,
la liquidez niña
ensancha la escritura,
la velocidad para olvidarnos.
Desde otro mundo**
Llevo menuda conciencia
sobre una luna desmesurada,
vacíos los cordeles
para colgar el alma mía.
Llevo la suerte de un oráculo
bajo los techos de la indignación,
impregnada de helechos
con una visera para evitar el sol.
Llevo la constancia de escribir,
desde las primeras luces
hasta el término de la vigilia,
en noches con trapos viejos.
Llevo las nostalgias
estrujadas en celdas
en un mismo recuerdo
con la ilusión del inicio.
Llevo la amígdala con grasa,
miles de años,
para recoger los golpes de luz
y saber que es tu nombre.
Llevo la estatura y peso
de las golondrinas
y no quepo en los espacios
que vas dejando tras las estrellas.
Llevo borradores borrados
de asuntos livianos,
te das vuelta y te miro,
el pasado con tu zodiaco puesto.
Mi incipiente traducir
tus textos al trinar de los canarios
y, si de verdad crees,
deja de escribir sobre tus codos.
Por que llevo la nariz con sol,
me suelo preguntar sobre los colores
y llevo raseros lejanos
en medio del plasma de un retrato tuerto.
Iluminar bajo las sábanas,
rascarme la espalda en los epitafios,
y tu no asistes a las ferias de los que ríen
con tu cara triste y las mangas descosidas.
Llevo la constancia de escribir
hasta que las letras se agotan,
me escarben el cerebro,
el demiurgo que llevamos dentro.
Ya el cansancio de descifrar me aturde,
y con escaras en cada renglón
cerceno la realidad,
las dimensiones con sus vestidos puestos.
Todo está revuelto, difícil de recordar,
y te llevo entre portones, bancos de parque,
con los fantasmas necios tras los espejos
y si te llamo, es porque está haciendo frío.
Llevo una cruz
en un llavero de tagua
y destapo una tumba
para cubrirme con su oscura tierra.
Llevo un agujero
para ver el mundo
desde otro lado
desde otro mundo.
Primeras veces...
En las primeras huellas,
bajando las lluvias,
sintiendo las rocas,
la vertical mirada
de las primeras creencias.
A veces de frío,
a veces de humedad,
los paños a modo de armaduras
con los calostros mañaneros
y la dura mano
rebanando los reflejos,
las presencias
entre finas garras
y la muerte de la lanza.
Con las costumbres
de las sequías,
el rojo rupestre
de los muslos,
colgaban de faldones tejidos
el recogimiento
de palabras y sus gestos,
las espaldas del deseo,
del sueño del temor
y la reiteración de las hojas,
los ojos de humo.
Y en el gineceo,
las primeras confidencias,
las primicias del desnudo,
a depredación de los cuerpos,
la locura por las mutilaciones,
la succión de la vida.
Energía de estertores
en cofradías orales,
la reiteración de las entidades,
de cortezas, colmillos y entrañas,
clausurando la fiereza demoledora
de extensos cabellos, alientos poderosos,
destinos malditos, desgarrados,
sucesión de pánicos
más allá del fuego,
de las luciérnagas del universo
y entre las goteras oscuras,
las luchas con los metales,
la sospecha de nuevas tierras,
de nuevos astros dando vueltas
y la bondad del pelaje divino.
Me deformo
Yazgo, deforme
en duras sombras
con tierra,
con asombro,
y vuelvo a verme
las manos de la edad,
atadas a venas cercanas
desesperadas, atrapadas,
en la mecánica de los huesos
con los que deambulo
en las simetrías,
en los trozos horizontales
con las hierbas,
y mis líquidos desvarían
con afán cimarrón,
por la boca, los oídos,
y las ganas de llorar
de reojo, se diluyen incandescentes,
de espalda a la locura,
a la galaxia gutural
de no saber lo que hay dentro
de este cuerpo con sus hipos,
órganos hinchados,
depilados para escapar al espejo,
los cabellos uniéndose,
amarándose a los pies
y el sexo escondido,
escindido
en un acertijo elegante,
bañado, perfumado,
con el dolor de las costillas
que encubren la bilis,
la rutina del ojo
calculando las formas
como única manera
de defenderme de lo real.
Me dejo estar con mi piel
y me deformo.
Podría ser..**
Si las estrellas
fuesen de papel,
escribiríamos los colapsos
sobre ellas.
Si los diciembres
se descascararan,
no llegaríamos
a fin de año.
Si no hubiera gravedad,
los verbos
no se pegarían
a los sujetos.
Si las cosas feas
no se pudieran colgar,
todos los clavos
serían bellos.
Si en una hora
pudiésemos vivir,
toda la felicidad del mundo
siempre alguien lloraría.
Si en la cabeza
descuartizan el cerebro,
por ningún lado
estará la dignidad.
Si en la mañana
despiertas con un político,
no te hará nada
ya están muertos.
Si no pudiésemos ver
lo evidente,
nos saltaría
por los dedos.
El sentido de las cosas
El sentido
de la ida con el pasto mojado,
pequeño encierro,
pequeña rutina
la de explicar lo de siempre,
sus eternos destrozos,
arañazos de saber dónde,
de saber cómo,
y modelar la prístina
clarividencia de las cosas
y tus ojos.
Este significar
doblando los vocabularios,
los intersticios latentes
que vuelven con las mismas alas,
con los vacíos de mar
que nos explican,
nos hacen sentir
lo inaudible,
la redondez de las cosas corrientes
que te vuelven a ver,
a veces con desprecio,
la razón de lo que no se ve
en el orden cósmico
de la cantidad, del volumen escrito,
y, a tientas, me conduces
cerrando las puertas,
las viejas confidencias
que no se rememoran.
Explicar
los lugares comunes
con la ingenuidad
de las primeras flores,
con sus lluvias
vamos dejando
la conformidad de una esperanza,
hileras de sentidos
que nos despertarán
puestos las capas,
las ropas de lana,
el suplicio de las alergias
cerca, en las orillas,
en las comisuras del fin de semana.
Lidiando con la vida**
Imaginando cosas,
arpas, correas,
un arpón con sedimento,
artilugios de la vida
para matar el tiempo.
No es cosa
de suspender, recortar
figuras cercanas,
lloradas,
aferradas a un malestar,
al dolor de hospital,
a las sales del baño,
en el encuentro
de dos burbujas
y un sueño.
Y en el despertar
pedir quedarse,
orar a las tres,
sacudirse de los males,
prometer órbitas,
santificar los actos,
para morir
sin desvelar a nadie.
Detenerse,
ahuyentar las radiaciones,
las almas minúsculas,
rondando a los vivos
con espejos colgantes,
aplausos fangosos,
y nos tiran lastre,
una secuencia de gente buena
buscando explicaciones
a la caída del cabello.
Y no puedes defenderte
de la vida
que se nos va,
y te aprietan los ojos
mientras ajustas la contraseña
para ser diferentes,
para cambiar el mundo,
y las neuronas se acomodan
a la luz del televisor,
al azúcar,
a la leche que no engorda,
a la novela de los huérfanos
escrita con luz de vela...!
Tu aura**
Reminiscencias utópicas
en cada intersticio de tu aura,
fractura escatología de tu pasado
cerca de tu deseo.
Y esperamos pensar,
arremangadas las almas
con la esperanza de que pase algo,
que nos nieguen en los medios días,
entes del café.
Y esperamos
trenzados en los cabellos,
escribiendo tomos,
en las lápidas,
señales
junto a las hierbas
y dejar paso
a la angustia
de vivir en trama,
en rutinas,
en esperanzas de días mejores.
Desde que inventamos el futuro
nos atormentamos
con la metafísica de las cosas redondas,
con los sueños
y formas sagradas,
en nuestra eterna tarea de testimoniar
los espectáculos del poder,
los partidos de la liga,
la desesperación
para vernos impresos.
Te dejas estar
contigua y somnolienta.
Presencias 2
Te dejo
los lados,
los labios
con afán soberbio,
con afán sufridor,
escenificando
las estirpes del dominio,
el comercio de los afectos,
mientras desatas
las últimas cosas
que se olvidan.
Ya no se sustentan las argucias
entre tus tacos con la lluvia,
y esgrimes esa voluntad
por las cosas cercanas,
por las sapiencias iniciales
cortando las madrugadas,
restando el sueño
a las aves que remontan el horizonte.
Interminables desquicios,
las agresiones de tiempo en tiempo
con pelusas descoloridas
y los defectos de peinarnos
la izquierda,
de solventar la falta de alientos,
el extravío en época de engaño
que nos permiten cerciorarnos
que todo tiene precio,
a pesar de las almas,
a pesar de la miserias,
a pesar de las vasijas
y sus dibujos de lagartijas,
y mezclas torniquetes, moretones,
nubes negras con grafitis,
y tu traje verde oliva
se cubre de sangre
sin misión, motivo ni patria.
Te dejo
un señuelo
para la huida,
una silla para mirar oriente.
Te arropas
y sabes que no hubo compromisos,
no pudo haber,
tan solo, sabernos presencias
sonrosadas,
colindantes,
fronterizas,
líneas,
balbuceos,
a veces
fragantes.
Nuestras locuras**
Las epidemias de locura,
la devastación
de la política,
la mutación
de las flores en jarrones,
las grasas
tapando las arterias,
las puertas
y el lucro degradando
todas las costuras del alma.
Qué podemos hacer
si nuestra intimidad
se hace totalmente pública,
si los asteroides
nos aplastan
en medio de la noche,
si los infrarrojos
nos alejan cada vez más del universo,
si no podemos traducir
nunca más las tertulias,
si nos volvemos adictos
a los sexos,
y la vana esperanza
se infecta con las plumas
de un mamífero
de otros tiempos.
Qué podemos hacer
en esta masiva trama
de consumidores haciéndose personas...
y la gente pasa..!